Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe. Es una forma de mirar, otro modo de ver, un ardid para engañar, un truco para esperar, otra historia para seguir, un cuento de no acabar. Y de seguir sin perder de vista lo de más atrás.
Para el madrileño YBAÑEZ el color es rescatar la forma que, aunque se perfile, se mantiene soterrada, puesto que las espesuras tonales le sirven para camuflarse.
En otras variaciones hace también que el valor cromático construya rotos, construcciones desgarradas, en huesos, para que así quede más plástica su renuncia a mostrarlos antes que desaparezcan.
Sabemos, por su visión, que lo desarmado se conjuga con un espíritu que preconiza y configura un sentido que tiene a ser introvertido, inhibido, incluyéndose en lo que no es y excluyéndose de lo que es.
Después de todo nada importan las variaciones de nuestro destino porque la medida del féretro va a ser la misma.
En una encuesta en 1905, Jacques-Emile Blanche había contestado a Charles Morice que el arte tomaba nuevas direcciones cada dos o tres años y en uno u otro barrio.
Los que se tiran un tiro en la sien han tomado la pistola por un sacacorchos.
La finalidad que está detrás de toda auténtica obra de arte es la consecución de una manera de ser, un estado de pleno arrobamiento y un momento de existencia superior al ordinario.
Así lo cree y lo fundamenta la martiniquesa PIQUÉ, que con sus desgarraduras plantea la libertad plástica de la obra y de ella como parte de la misma.
Sus alineaciones cromáticas y texturas implican ensimismamiento y dura elaboración, búsqueda, ensayo y encuentro, hasta culminar en una cosmovisión creativa que toma sus orígenes de la tierra.
José Clemente Orozco mantenía que la idea era el punto de partida, la causa primera de la construcción plástica, y está todo el tiempo presente como energía creadora de materia.
El que se tira del piso diecisiete ya no es un suicida, sino un aviador.
Afirmaba Manolo Hugué que las obras del gran arte contienen además un elemento eterno, imponderable, misterioso, que no se puede aprender ni se puede enseñar, que no se puede vender ni comprar y que sólo se puede llegar a vislumbrar a medias a fuerza de reflexión, de contención.
La obra del madrileño Villalta sí llega a esos referentes, sí alcanza una fuerza insólita en la construcción de esas semblanzas plásticas, de ese universo cromático que enlaza magia, hallazgo, existencia y significado.
Dentro de esos espacios mudos, el color adquiere una dimensión que conjuga, designa, expresa, confiere, ilumina y devuelve su creatividad al entorno y a la mirada con la que establece conexión.
El perro se echa a nuestros pies como si ya estuviera guardando nuestro sepulcro.
Decía Chagall que todo nuestro mundo interior es realidad, y lo es más quizá que nuestro mundo visible. Lo que queda puesto de manifiesto en la obra del catalán VILADECANS.
En su producción, lo esquelético es la aparición de lo insospechado y esa imagen de lo terrible que se simboliza en la espera y en el tiempo, utilizando una plástica que él mismo reconoce como una temporalidad acabada.
No hay premisas definidas ni conceptos acuñados, lo que se plasma queda impreso como el interior desencantado de una mirada angustiosa cuya súplica se muestra amedrentada en un lugar condenado.
Porque la justicia es, en España, un simple lema de ironía.
El posmodernismo es, por decirlo así, una parodia del modernismo.
Noto, sin embargo, que mi cuerpo se va poniendo en ridículo; y esto es la vejez para la mayoría de los hombres. Os confieso que no me hace maldita la gracia.
Lo han propalado y lo difunto también: cada pensamiento es la mera sombra de alguna emoción que lo forja. Pero también cabría ser una opción al revés.
Sea o no sea, el turco ERDENER gravita en su obra por la extrañeza e irracionalidad del mundo que le rodea, se siente impelido a actuar extrayéndose la reflexión por medio de una visión plástica que entre lo surreal y lo coherente tiene su mensaje.
Cada podría catalogarse a su producción como una iconografía que no tiene principios ni finales, solamente penumbras y el destello de un entendimiento que juega a ser toda una protesta contra la imposición de un orden.
Los hombres que están siempre de vuelta en todas las cosas son los que que no han ido nunca a ninguna parte. Porque ya es mucho ir; volver, ¡nadie ha vuelto!
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