Mi amigo Humberto hizo, por fin, mi retrato, y, tras unos instantes ante él, no supe que decirle.
Miguel Angel, ante las protestas de los Médicis, les contestó:
«Dentro de mil años a nadie ha de importar el aspecto de vuestras mercedes».
Max Libermann le replicó a un cliente disgustado:
«Su retrato, señor marqués, se le asemeja mucho más de todo cuanto usted pueda llegar a asemejarse a sí mismo».
Picasso tuvo que consolar a Gertrude Stein:
«No te pongas así, mujer; ahora no te pareces mucho, pero ya te parecerás».
Mi amigo Humberto, consciente de mi silencio, me manifestó:
Este retrato tuyo que nunca quise hacer recupera lo que tienes de imprescindible. El resto lo he desechado por inservible. Y lo imprescindible es aquello que no es posible: como una carátula hecha sin espacios, sin palabras, sin materia , sin origen, sin ni siquiera luces y sombras. Y en cambio yo he llegado a concebirte a pesar de todo. Incrústate ahora en la efigie y de esta forma podrás maldecir tu imposible destino .
Y habiéndolo hecho lo abandoné en la noche sin una gota de ron, y sin rumbo y en mi desfraz de fantasma me harté de contar mulatas que estaban mitigando ardores en un malecón que hoy le daba por bautizar espumas rugientes para detener el viento.