En la británica Eileen Agar, artista asociada al surrealismo, se filtra paradójicamente un sentido del orden que contamina sus obras, orden nacido del ritmo y la armonía, elementos constitutivos del esqueleto de una indagación que se expresa en lo opuesto, en lo irracional y lo dionisiaco, pues es en el caos y el azar donde se alcanza el conocimiento de vida y muerte.
La riqueza cromática de sus obras, de tonos vivos y expresivos, se concibe como un microcosmos en el que hasta el desvarío alcanza un equilibrio gozoso, y aunque es una pintura de recorridos aparentemente fugaces y transitorios, los solidifica en aras a la conservación de ese fluido tan fértil que se propone como una función simbólico-representativa de una sociedad en lucha consigo misma y con sus sombras.
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