Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe. Es una forma de mirar, otro modo de ver, un ardid para engañar, un truco para esperar, otra historia para seguir, un cuento de no acabar. Y de seguir sin perder de vista lo de más atrás.
CHRISTOPHER WOOL (1955) / NO RECUERDO MIS ORÍGENES
No se puede entrar en pormenores cuando la dialéctica bélica de que hacen gala los protagonistas se narra entre borrones, manchas, trazos y líneas neutras.
Es el producto de gestos fieros y agresivos que se esgrimen para suprimirse unos a otros y viceversa. Aunque el artista, como en este caso el americano WOOL, cuando quiere desvanecerse, decolora, pero cuando desea remontarse a sus orígenes remarca y estrecha líneas. Su filosofía existencial se corresponde con una praxis plástica que deconstruye laberintos en orden a difuminar genealogías y salvar sus fuentes informales.
Por ello nos hace seguir pautas indecisas, avanzar a oscuras, desentrañar ilusiones presas, evocar infancias en círculos sombríos, transformar pensamientos habitados en parajes desnudos y visualizar paraísos narcotizados y en trance de descongelación.
Si es verdad que su obra rememora aventuras precedentes, también lo es que el viaje tiene estaciones distintas, soliloquios febriles y una colonización que se abstiene de poblar espacios que están yermos y mudos.