Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe. Es una forma de mirar, otro modo de ver, un ardid para engañar, un truco para esperar, otra historia para seguir, un cuento de no acabar. Y de seguir sin perder de vista lo de más atrás.
Cuando se habla de este artista francés, desaparecido muy joven, se hace referencia a un sentido especulativo ligado a la trascendencia y la innovación técnica, sin obviar que ese azul ultramarino intenso lo registró comercialmente como IKB (Azul Klein Internacional), es decir, como marca de su ámbito estético personal y maestro de la época azul.
Los ingredientes de esta propuesta plástica están centrados en una saturación de color, el rodillo (quizá fuera el primer autor en emplearlo) y una nueva resina sintética en tono mate.
Su fascinación por el color azul le vino a través de Heindel, el cual lo proyectó como un sin límite, un vacío en el que la unicidad divina prevalece.
Muy influenciado por el rosacrucianismo, aspiraba a que su obra fuese espíritu y no materia, una creación evanescente que no permitiese a la mirada más que situarla en una dimensión fuera de superficie, y con ello convertirla en un fenómeno de contemplación pura.
No obstante, la formulación final, objetiva, no se esfuma ni se desvanece, es una presencia que resplandece y de la queremos servirnos para adentrarnos e impregnarnos de ella.
Se trata de vernos en esa aparición, figurarnos parte de la misma, con el fin de sentir otra piel y hasta otra naturaleza, si bien Duchamp dijo que esa pretendida espiritualidad del arte como droga quizás sea útil y muy sedante para algunas personas, pero como religión no llega ser siquiera tan buena como Dios.