Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe. Es una forma de mirar, otro modo de ver, un ardid para engañar, un truco para esperar, otra historia para seguir, un cuento de no acabar. Y de seguir sin perder de vista lo de más atrás.
Puede ser cierto que el suizo WÖLFLI, desde su confinamiento, haya podido comenzar a verse y situarse dentro de sí mismo desde que inició una alternativa mejor a su locura o una forma de utilizarla y/o servirse de ella como un medio de conocimiento.
Se calificó a su trabajo como «art brut» y con eso seguramente se quiso decir todo, aunque si lo pensamos detenidamente sería lo mismo que declarar que así nos exoneramos de ir más allá de ese todo, lo cual tendría hasta sentido si nos negamos a salir de lo obvio encerrado en el marco. Pero la obra de este artista proviene de lo oscuro para hacerlo claro, de lo dudoso para afirmarlo y decidirlo.
Sus vericuetos pictóricos revelan la magia de lo mitológico, la plasticidad de lo funerario, religioso y mortal. Son vidrieras luminosas o como encajes polícromos y minuciosos, milimétricos e infinitesimales. Huyen de la soledad del vacío multiplicándose, difundiéndose, diseminándose, pero sin perder simetría y orden. Geometrías esféricas, onduladas, celulares, pobladas de minúsculas cabezas que se enfrentan a ojos que desconocen y quizá desaprueban.
No hay una proclamación de paz desde esos telones encendidos ni tampoco la guerra, su preocupación es mostrar que el arte desemboca en cualquier ribera que desee acogerlo.
Hoy El Malecón había amanecido con telarañas debido a un sueño mortificado. Por eso llamó artista loco a mi amigo Humberto y además le quería culpar de su ya anciana esterilidad. Salimos de allí buscando luces incandescentes que nunca traen nada pero aliñan el pan viejo.
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