Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe. Es una forma de mirar, otro modo de ver, un ardid para engañar, un truco para esperar, otra historia para seguir, un cuento de no acabar. Y de seguir sin perder de vista lo de más atrás.
Decía Nietzsche que la grandeza del hombre se mide por la cantidad de verdad que es capaz de soportar. En el caso del artista canadiense ALTMEJD, la verdad es casi insoportable por la crudeza con la que afronta un universo monstruoso en que la dimensión de un hacer tan calculador es un delirio impenitente.
Y no debemos tener dudas de que su alucinación, tan bien tratada y orquestada, es necesaria para que nuestro imaginario no se carcoma, se apolille sin emitir suspiros por ansias frustradas o fracasadas.
No obstante, también hemos de significar que el autor configura la materia como si fuese carne moldeable, fresca, pero también arrugable y tumescente. Le imprime los rasgos de una locura que renace con la virtud de la cordura latente en la pasión, en el sexo, en la condición humana en definitiva.
La investigación formal en esta ocasión no es el instrumento esencial, lo es, por el contrario, la fuerza que forja el espíritu que quiere expresar sin cortapisas, sin límites, lo que el entorno delata, apresa con el fin de dejarlo morir sin conciencia y con invisibilidad.
David rescata esos valores y los pone a la vista para que la conmoción no sea sólo emocional, para que asimismo haya una sensación irresistible e instintiva de impresiones que requieren el acarrear la cuenta de los signos y su éxtasis visual.