Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe. Es una forma de mirar, otro modo de ver, un ardid para engañar, un truco para esperar, otra historia para seguir, un cuento de no acabar. Y de seguir sin perder de vista lo de más atrás.
CHRISTIAN ZEIMERT (1934) / SE PUEDE DEMOSTRAR QUE LOS TRUENOS PINTAN
Las imágenes no se descabalgan así como así. Manejan en la intimidad breviarios de estética infectados de peste, ironía, desgobierno y caos. Arte de la simulación y de la apariencia que fabrica la perspectiva angosta, mientras la otra, la ancha, se infiltra por detrás incorporando un imaginario que castiga la ilusión metafísica y parodia el mundo de las alienaciones que impiden al ser humano verse a sí mismo en su verdad concreta.
Nada ha de entender sin la versión plástica de la miseria del sujeto, preconiza el anarquista francés ZEIMERT, de las sospechas que no exterioriza, de las falsas identidades, de la crueldad, del desatino, de lo escatológico que cultiva, de los remedos desbordados.
Es, pues, una obra desalmada que agudiza contradicciones, proclamas, doctrinas, fes, regímenes de orden y subjetividades. Y aporta los desguaces de una clarividencia que nunca llega a ser total.
Hoy El Malecón no nos ha puesto deberes. Paseamos la botella de ron y nos desangramos en la sal para no ser más exprimidos. Bailamos después con una mulata llamada Mercedes, que nos ofreció caña y miel para bendecir lo que ya no queremos mirar.
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