Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe. Es una forma de mirar, otro modo de ver, un ardid para engañar, un truco para esperar, otra historia para seguir, un cuento de no acabar. Y de seguir sin perder de vista lo de más atrás.
En el ruso TCHELITCHEW, escenógrafo y diseñador también, la imagen es la fuente de la que mana erotismo, sexualidad, naturaleza, arte, convicción y coraje. Sus capacidades y habilidades para conformar, modelar y componer rasgos denotan los términos que implican la magnitud de un yo que está atravesado por mil vicisitudes, mil historias plásticas que vivifican y retoman la esencia de lo que vemos hasta llegar a esas consecuencias que son las que visualmente queremos descubrir bajo lo culto y no hallado.
Sus rostros son éxtasis impulsores que extraen vivencias amotinadas por augurios que anuncian formas que como espectadores no necesitamos conjeturar, sino obtener de su más que depurada comunicación, la cual, en lugar de dejarnos absortos, nos invita a verificar este compromiso pictórico con el destino final de nuestra identidad más intrínseca.
De él y de su obra se dijeron infinidad de cosas, pero lo cierto es que la extensión de sus itinerarios corpóreos plasmó un mundo icónico partido en multitud de semblanzas de una unidad empírica.
El Malecón conmina a una mujer para que atraviese el horizonte después de haber recogido su sangre. Con ella vierte semen por agujeros del empedrado del muelle y ya no vuelve a nacer nada. Mi amigo Humberto yo camuflamos la raíz del ron con vistas a que la verdad siga a la espera.