Por eso lanzaba con sus hierros exclamaciones verticales al cielo en búsqueda de una inyección de sueños. O departía con seres innombrables después de esculpirlos. No entraba en sus perspectivas reducir los encuadres, fundirlos en un único tratamiento, perdería su condición telúrica si incurría en ello.
El imaginario, agente insatisfecho, nos devora precisamente en aras de trocar la materia, de obligar a narrarla y concebirla conforme al tiempo y la realidad de su existencia en cada instante, abriendo con ello la modulación de un espacio que aguarda su configuración con portentos físicos que formarán parte de nuestra visión.
He ahí, por consiguiente, esa maquinación del autor, ya alertado nuestro conocimiento de espectador, que en aras de una ramificación aérea, inventa y derrama una auténtica filigrana de naturaleza invencible.
En definitiva, sus obra aparecen como fetiches metafóricos de lo ligero, erecto y grácil, o como entes alegóricos de lo voluminoso, corpulento y recio. Circunscripciones de lo que siendo desconocido nos es familiar y afín a la mirada.