El alemán CORINTH primero fue impresionista y después de un ataque de apoplejía, que le dejó la mano derecha paralizada, y del que nunca se recuperó, se vio obligado a pintar con la mano izquierda.
Solo: con los ojos cargados de siglos.
Solo: con sueño.
Solo: esperando la eternidad sin luz.
Solo: redoblando con furia en el silencio frío.
Solo: sabiéndome un asco de los riñones.
Solo: siendo un producto de los lomos.
Solo: como un grito de dolor en carne revestido.
(Alberto Vigil-Escalera).
Es más que un realismo exacerbado, es la sustancia de una plástica cuya cualidad cruel y angustiada es una forma de existencia, un meollo dramático de resonancias indelebles.
Y si al mirar tales realizaciones creemos estar ante un sueño, el despertarnos ya es esa pesadilla que continúa estando delante nuestra porque no desaparece, como tampoco lo hace el sexo, la desventura y la muerte.
Entonces comenzó a transmutar su obra con un sentido visionario, expresionista, capaz de impregnar carnes y atmósferas, cuerpos, representaciones y escenas, de unos tonos y texturas endurecidos, condensados, coagulados.
La desesperanza cobra peaje al color de la piel, al desamparo de la anatomía desnuda, a la crucifixión de una soledad que no entiende del destino sagrado, si es que hay alguno.
Considero que a este artista le debemos mucho, más de lo que llegaremos a reconocer. No es fácil de encajar ni de insertar en nuestras sendas existenciales de ayer y de hoy.
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