George Dickie señala que una obra de arte es todo artefacto al que una o varias personas que actúan en nombre de cierta institución social (el mundo del arte) le confieren el estatuto de candidato a la apreciación.
En el caso de la francesa PANE ha sido ella misma su propio artefacto, y no en vano. Su piel fue una pintura de signos, su cuerpo un elemento en el que confluían oscuras premoniciones.
Hizo honor a ritos, celebraciones, secuelas de creencias remotas. Trató de elevar a rango estético la formulación de que la tesis existencialista es perceptible desde la dimensión de la carne tatuada, con esos vestigios que alumbran depósitos sentidos carentes de voz. No cejó en revelarse y revelarnos la escritura de lo tumefacto. Y sin falsas carencias arrebató el fondo de insuficiencias que supuestamente es la primera opción para dormir muerto.
¿Quién lee diez siglos en la historia y la cierra
al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?
Los mismos hombres, las mismas guerras,
los mismos tiranos, las mismas cadenas,
los mismos farsantes, las mismas sectas
y ¡los mismos poetas, los mismos poetas!
¡Qué pena,
que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!
(León Felipe).
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