Seguramente que cuando emprendió su aventura artística el italiano PASCALI nunca pensó que moriría abandonado y desatendido -lo más probable es que fuese confundido con un mendigo- a la puerta de un hospital. Sin embargo, el infortunio cayó sobre él como sobre esos cetáceos que han dejado su cola como claro y centelleante signo de su muerte.
Sus instalaciones son las de un creador abrumado por el fragor de su entorno, con la desdicha que emana de él, de esa disecación destructiva a la que nos entregamos, creyendo devorar lo que después experimentamos como el legado de un vacío.
Un armamento cual juguete que no mata aunque es la percepción del exterminio, un canto guerrero que se satisface si el fusil fusila, si la bomba explota y si la bala impacta.
Proyecciones en forma de pabellones para sensibilidades de bajo consumo, ahorradoras, tanteando la vanguardia sin perder de vista la retaguardia, que observan confidencias sin desviar la compostura.
Polvo es el aire
polvo de carbón apagado….
Y el mercado y el gobernante
pregonando sonrisas
para esconder la sombra
y la miseria.
(León Felipe).