Después de Mendieta, otra cubana, BRUGUERA, nos habla de comer carne, de suicidio, de culpa, de enmascaramiento, de opresión en una situación que tiene raíces autobiográficas, políticas, sociales y existenciales.
¿Es suficiente? Jorge López Anaya escribe:
«Las propuestas agresivas e impactantes, los ataques a los tabúes sociales profundamente arraigados (la antropofagia, la pedofilia), la impugnación de los derechos aceptados por las sociedades contemporáneas (la tortura de personas y animales, los atentados contra el medio ambiente) que flirtean con el mal, generan un rechazo de los espectadores, incluso en los habituales a los excesos del arte contemporáneo, que no saben cómo reaccionar ante ellas. Según parece, se han extraviado los límites».
Por consiguiente, estamos ante un trabajo que cree reunir e implicar todo tipo de connotaciones (y siempre volvemos a las cristianas del sacrificio y del cordero, de la sangre y de la muerte), y que es cierto que las encuentra, pero su adecuación rechina, chirría, es derrochador de aspavientos, de histrionismo, de tránsitos espectaculares descentrados.
Experimentar con la mera provocación -dejo al margen lo de lo testimonial y reflexivo que es susceptible de comportar- no es apto por sí mismo, no hay magia en la visión ni contenido en el enigma.
Mi hermano cubano, el pintor Humberto Viñas, se ha colocado boca abajo en El Malecón y se deja morder por las ratas hasta que únicamente le quedan muñones. Ahora sé, me asegura, que mi pintura cuajará dentro de unas vísceras más fiables y hondas. Infeliz que es si así lo piensa, no se puede dogmatizar con la sospecha.
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