La Nueva Objetividad alemana no pretendía ser un libro abierto, tampoco un misal de convento, ni siquiera un salmo pintado de suma y sigue. Abogaba por un discurso que explicaba visualmente que, al igual que hoy con tanta crisis y desmesura, no había nada que entender.
El que sepa ver lo verá, el que sepa mirar lo encontrará y el que sepa observar se hará con el retrato y la rabia del verso.
Por el alemán FELIXMÜLLER pasaron todos los prospectos de unas imágenes que no caminaban solas, pues en medio de la ruina y dolor de esa época se levantaban acompañadas, conectadas entre el ser y la nada, entre el fondo y la forma, entre la voluntad y el vacío.
Al hilo de esas atmósferas y ambientes, se perciben los humanos a sí mismos, exhumando laureles de exterminio y miradas de estupor, sopesando lo que se habla y nunca se dice.
Fue una pintura que con independencia de su furor supo trazar una señal de clarividencia en la conformación de su plástica, utilizando los instrumentos de la visión más incisivos y peligrosos por su fuerza y captación.
Las uvas y el caracol de escritura sombría
contemplan desfilar prisioneros
en sus paseos de límites siniestros,
pintados efebos en su lejano ruido,
ángeles mustios tras sus flautas,
brevemente sonando sus cadenas.
(José Lezama Lima).