Todo se reduce y traduce en trozos. Pedazos del tiempo, de la vida, de la tierra, de los objetos y las cosas, de lo construido y habitado. Añicos que han quedado en flotación porque ese es su nuevo paraíso.
Las instalaciones de colgaduras se constituyen a modo de tapices que en lugar de decorar ponen en el aire en suspenso fragmentos que nos identifican, que nos relacionan y hasta acusan de urdidores de una pasión constructiva a la par que destructiva.
La inglesa PARKER sabe perfectamente la distancia plástica y ornamental que separa una significación de otra, por eso no rehúye la que ha traspasado la línea impregnándole de los parámetros armónicos necesarios para el lenguaje de su visibilidad y determinación.
Aunque su acicalamiento y peinado sean efectos buscados, la visión no queda ahogada por los mismos, conserva la mística de su indagación y experimentación en lo relativo a su formación, dado que lo extrínseco es la conformación de lo intrínseco.
Bien es verdad que estas sujeciones, que tienen a su vez un impacto sobre el espacio en que se alzan, son un recurso que el posmodernismo usa con frecuencia y cierta delectación, mas su configuración está, como en todo, en función del concierto entre medios y fines. Por tanto, que casa espectador saque sus conclusiones y las sume o las reste de sus emociones.
Sobre nuestra cabeza el anillo de los pájaros azules.
Y cada evidencia una forma de maldición,
graznando, extendiendo el ala sobre el acantilado,
las formas banales del suspiro y las mediciones del tiempo.
(José Lezama Lima).
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