El espacio se abre para recibir las siluetas multiplicadas, serializadas, vertidas como sacrosantos iconos de un misterio que tiene una plástica nuclear que lo conforma como una secuencia tallada en su propia raíz artística.
Ante esa depurada ceremonia cromática que precisa los contornos de unos bustos que se expresan con el hermetismo de una recreación clásica, se despliega, a modo de mural, unos diálogos separados o unos silencios desde barreras selladas y obligadas por el carácter planificado de su representación. O, por el contrario, la fusión tiene lugar, la cual se va concretando sucesivamente en un proceso de cuerpos alzados y brazos abiertos para un final sin esperanza.
Puede, en resumen, conceptuarse como una obra que concita unas vivencias y experiencias que desde los procedimientos más actuales, devienen únicas, moldeadoras visualmente de emociones y creatividades que nos sitúan a ante el ser de lo contemporáneo sin perder el numen greco-latino, la síntesis dinámica que palpita siempre en el arte.
Ligero y grave como la respiración,
nos enseñó en su pintura,
que la esencia de los arquetipos platónicos
está en la segregación del caracol:
chupa tierra y suelta hilo.
(José Lezama Lima).
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