Una tradición mexicana que se renueva día a día, que es un culto a la muerte con tequila, humor, irreverencia, veneración y narcisismo.
La obra de ZENIT, por consiguiente, es, partiendo de esa tradición, la confluencia de símbolo, cultura indígena, etnia y contexto plástico. Y desarrollo de un marco estilístico significante que manifiesta la transgresión de lo implícito de un código para el descanso en paz de las conciencias.
No es un sentido pictórico encuadrado en el regodeo de lo obsceno ni hay un desatado quebrantamiento en la resolución cromática y configurativa de la representación. La formulación, por el contrario, guarda sabiamente los límites y las referencias de una estética muy mexicana, a la que hace guiños sediciosos de una realidad vivida sin tregua y en constante acoso.
Además de que no cae en el engaño de lo fácil, sus autorretratos son los reyes y protagonistas de la fiesta, pues sí acierta a precisar que se vea en ellos y sus máscaras una historia y la desdicha de un sueño colectivo.
El árbol y el falo
no conocen la resurrección,
nacen y decrecen con la medialuna
y el incendio del azufre solar.
Los dos cuerpos ceñidos,
el rabo del canguro
y la serpiente marina,
se enredan y crujen en el casquete boreal.
(José Lezama Lima).
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