Pertenece al grupo alemán de los Nuevos Salvajes, lo que sorprende porque ADAMSKI es un salvaje muy domesticado, con tendencia a dar categoría y carta blanca a una ornamentación de un cromatismo brillante o atenuado pero siempre como una marca tornasolada que deslinda signos y figuras que no tienen otra función simbólica que la de estar ahí.
Cierto es que sin un esfuerzo vigoroso, la pintura no invade el día ni apresura el paso y corre el riesgo de que la noche le caiga encima. Por eso en este caso la gramática empleada sale del hueco quemando etapas y dándose prisa, mediante la configuración de formas serpenteadas, reflejos, cráteres, o sumando entornos, simulaciones y metafóricos desentierros.
Tiene un don este autor, como es el de que al hecho plástico, por mucho que se le interrogue, sigue generando hallazgos de los que se autoalimenta y predica con su singular ontología. Para rezos y oratorias ya están los que aún no han empezado.
Miramos, sentimos y somos
algo que en nosotros está:
el soplo mágico y ajeno
que los otros seres nos dan.
José Hierro).