Ceñirse a los espejos y sus reflejos ya no queda bien y es además insuficiente. Hay que acudir al hallazgo de transmutaciones que den con el acierto de encontrar la sorpresa. Son válidos hasta los tinglados, los artilugios, los disfraces, las apariencias y las artimañas.
Lo variopinto, lo extraño, la parodia, lo irónico, todo ello envuelto de manera deslumbrante y resplandeciente, forma un conjunto de elementos decorados situados en contextos y en ambientes que como espectadores exploramos sin ninguna creencia previa.
Respecto a lo cual la obra de la norteamericana HARRISON opera como una promotora de parque temático, prometiendo desconciertos de retóricos jolgorios y francachelas.
No está mal
este yo fundamental,
contingente y libre, a ratos,
creativo, original;
este yo que vive y siente
dentro la carne mortal
¡ay! para saltar impaciente
las bardas de su corral.
(Antonio Machado)