En estas instalaciones se cuece otra forma de ver y contemplar, precisamente aquello que no hacemos nunca en nuestra rutina doméstica. Creíamos que lo habíamos perdido en ese lodazal de mentiras mecánicas pero todavía no es demasiado tarde, como lo demuestra el hecho de que a través del sevillano GUZMÁN lo estamos recuperando. Nos propone el gozo de una naturaleza incardinada en nosotros y con un disfrute que sería para siempre.
Sus creaciones nos extienden los brazos y el color que le da la dicha, nos acaban absorbiendo y nos dejan la savia de su continuidad. No por ello perdemos nuestra condición, al contrario la hacemos más única y despojada de vencimientos y derrotas.
Por eso, estas proposiciones no sólo tienen la estética a su favor, tienen además la entraña, la insumisión y el efecto de un poema que tiende un renglón de frescura y bendición.
Ni tú, amor, ni yo, como dos piedras
o estatuas fulminadas en el salón vacío,
polvoriento, sabemos por qué cruje de miedo
toda la casa vieja, por qué han muerto los pájaros,
por qué han muerto los besos y no hay fiebre en la noche.
(Antonio Colinas)