El jugar con las dimensiones, el empequeñecer la condición animal -incluida la nuestra- hasta convertirla en meros muñecos, en títeres enanos extraviados en grandes sofás sucios, pardos, en piscinas y bañeras inverosímiles, es el signo de una pintura reduccionista en lo físico, amplia en lo visual.
El uruguayo ITURRIA nos propone el humor, lo ridículo incluso, como una forma de ver lo que somos, lo que hubiésemos podido ser o lo que ya hemos sido. Es un juego pictórico que aúna la convicción y un extraño mundo.
Es su manera de expresar una reflexión inagotable y al mismo tiempo extraer dominios plásticos donde antes no los había. Y plantear toda esta lectura como una senda que va de poema en poema acerca de nuestras incertidumbres, que de tan pequeñas se hacen grandes.
Yo venía del sur en caballos e idilios:
«La patria es un dolor que aún no sabe su nombre»
(Leopoldo Marechal)