Si es verdad lo que manifiesta Fernando Castro Flórez respecto a que el arte contemporáneo quema su último cartucho en una dilatada desaparición en la que pretende recuperar lo fascinante y lo que en realidad ocurre es que los gestos quedan presos de la comedia de la obscenidad y la pornografía, regresar a la obra de un expresionista como el belga VAN DE WOESTYNE es una de esas ocasiones en que se vislumbra lo que siempre ha sido esta devoción.
Son rostros perennes, tallados, que se asoman hacia aquello que no entienden, que no creen estar y ser, que malviven porque no carecen de auténtica vida.
Y en ese sentido, la construcción figurativa y cromática ofrece los valores concretos de esa significación que nos aguarda ante su presencia y mirada. Es fiel a la deformación que se origina en el pensamiento del personaje o, quizás, a su falta de pensamiento, simplemente a su sentir y resignarse.
Y la coacción subyugadora y densa
en que al becerro de oro se entroniza,
a la inopia mental halla indefensa.
(Carlos Obligado)