Durante muchos años el americano COLEMAN fue un colaborador de la Disney que perseguía un mundo de colores. El suyo lo constituyen paisajes exóticos, inaprensibles, paradisíacos, en los que el color, ahí es nada, abarca la totalidad del cuerpo y el espíritu.
El problema es el artificio de tal representación pictórica, ni siquiera el impresionismo se engañó tanto como para armar ese escenario tan decorativo, tan falso, como un recetario de médico de nubes y regocijos.
Es excesiva la supuesta magia del oficio para levantar un modelo estilístico de tanta ambición y escasa consistencia, como es igualmente excesivo ese gasto cromático para reflejar geografías imberbes.
Un lugar rompe su alma cansada,
deja un eco lejano, un susurro de alarma
que cae en un fondo traicionado de
fuego y llamas.
(Ana Isabel Serrano)