John Berger lo señaló muy claramente al escribir que la pintura es, en primer lugar, una afirmación de lo visible, de lo existente que nos rodea, del mundo físico al que ha sido lanzada la humanidad, y que está continuamente apareciendo y desapareciendo.
La obra del cubano ARÍSTIDES es prueba de ello si se está en una actitud abierta a ese dibujo caricaturesco, a esos colores que ligan lo significante y lo significado, a ese juego de humor negro, existencial e ideológico, a esa culminación minuciosa de un discurso subyacente.
Por eso Max Beckman confesaba que su corazón latía por un arte más crudo, común y vulgar, que no vive en los sueños de los cuentos de hadas ni en la poesía, sino que concede una entrada directa a la temerosa, espléndida, común y grotesca banalidad de la vida.
El hombre perfectamente informado, ese es el ideal moderno. Y la mente del hombre perfectamente informado es algo horrible. Es como una tienda de baratijas, llena de atrocidades y polvo, donde todo cuesta más de lo que vale.
(Oscar Wilde).