- Mi amigo, el artista hispano-cubano FELIPE ALARCÓN, tiene una idea dionisíaca de la creación artística entendida como un éxtasis, de ahí que el vino -al margen del ron- lo haya adoptado como su símbolo ambivalente, el de la sangre y el sacrificio -vino rojo-, o el de la juventud y vida eterna.
- Por eso él también le presta sus imágenes cervantinas y quijotescas que en la sencillez de una etiqueta -algo que es excepcional- encarnan el prodigio plástico -no hay otra denominación para estas creaciones- de una fusión entre arte y vida, entre arte y naturaleza. Ha intuido la magia de un pasado, fuente de un arte que en esencia es contemporáneo.
- Y también nos hace presentir una espiral infinita de sensaciones y embocaduras de aromas y fragancias, que permite que la durabilidad de esos momentos sápidos quede en la memoria y en la mirada.
- El día 30 de octubre en Socuéllamo es la inauguración de este evento en el Museo de Torre del Vino. Y la forma de conocer su obra y los frutos de su bodega Campos de Dulcinea es estar allí.