El color es una sinfonía aparentemente multitudinaria, acopia trazos golfos de cromatismo en puro delirio -se guarda de ser o estar sereno- u orgasmo y hace surgir monstruos felices en paraísos salvajes, con una mujer en postura ambivalente decorando el jolgorio.
Sin tampoco querer enzarzarnos en cuestiones de estética metafísica, que acabaría en todo lo contrario, sí decir que esta alegría “malsana” es raro volver a encontrarla, este goce de la pintura por desmandarse y encontrarse divertida inundando el espacio de su forma de sentirse bien y con la excitación a gusto es infrecuente en el arte de hoy.
Bien sea y esté que el cubano ORESTES HERNÁNDEZ manifieste tan a propósito esta perturbación tan fecunda de alucinaciones y de un bestiario tan alborozado con su desliz erótico; bien sea y se entienda para evitar recatos que nos vigilan desde otras costas mustias y desfondadas.
Toda gente dolida de presentir…
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