Cortezas, recubrimientos, epidermis, hasta cutis o pellejos que por mediación del holandés WAGEMAKER rescatan las claves de su historia, las huellas de su retorno, los caracteres de una biografía estratificada.
Un informalismo telúrico que traza hados manifiestos en orografías marcadas por las incisiones de una voluntad que se concentra y existe sobre la base de esa forma de realidad viva, en gestación, mutante, aunque aparezca cargada con montañas de siglos.
El gran artista español, Daniel Claver Herrera, que también inflige estas heridas pero que en su caso son más sangrientas y elocuentes, me dice que los gritos no sonoros son aullidos de la tierra, de la materia, de sus flujos y llagas, de sus arañazos y amarguras, o por lo menos así lo recoge él en sus obras.
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