A finales del siglo XIX y principios del XX se empezaba a experimentar la necesidad de no quedarse atrás. La ciencia daba saltos, la técnica los aplicaba y la literatura iba agarrando y superando un cauce narrativo tras otro. Tenían que buscarse nuevos planteamientos estéticos en los que reflejarse, en los que lo subjetivo y lo objetivo dialogasen.
Pero los simbolistas dudaban entre la tradición, la belleza, lo mítico y lo cotidiano. Ellos estaban por las visiones y la forma de expresarlas, de rescatarlas del olvido. Se preguntaban si sería posible partiendo de bases nuevas, si las respuestas acerca de esos mundos encantados lastrados de muerte y ensimismamiento llegarían a plasmarse con la suficiente versatilidad en la pintura.
El suizo-alemán SCHWABE invocó al fauno para que su música alumbrara su melancolía, hasta que lo erótico y funerario se fundiesen en esa semblanza cargada de fábulas que hemos dejado de percibir…
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