Somos un planeta que destruimos más que creamos, algunas veces hasta pensamos que la destrucción es placer y necesidad, goce y supervivencia.
El colombiano BORDA es el reverso: crea espirales que no tendrían límite con esas maderas que arrojamos como inservibles. Discierne del arte un hábitat, una forma de vida en los más ínfimos mundos, construye un entorno dentro de ellos para que la visualidad nos alcance en toda su ortogénesis. Quizás hasta sea una propuesta del perfil de una evolución.
Estas instalaciones tienen también la característica de estar muy bien meditadas, muy imaginativamente pensadas, de tal forma que sean lo más cercanas a la propia índole espiritual y física del espectador, del habitante que ya es cuando está dentro de ellas.
Ya no hay princesa que cantar, Darío,
ni ayer la hubo, ni la habrá mañana,
fragmentos dispersados, nada más,
miembros de estatua y espejillos de alma,
y hay…
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