El artista italiano Giorgio Morandi se hizo con otra paleta -no se sabe si fue a un cenobio a por ella-, para construir una obra humilde desde o a partir de un orden cuyas reglas son tan austeras como las anacoretas.
La delicada policromía hace irreal la visión, que prefiere centrarse paradójicamente en la realidad pura y poética de una materia que carece de densidad y se agota en sí misma; todo es una clara configuración que a pesar de su aparente fragilidad tiene una vocación de eternidad.
Se fusiona íntimamente la vivencia con la experiencia, el rigor con la virtud mesurada, el orden con la calidad plástica de la emoción contenida.
En definitiva, se trata de un artista que trabaja con la verdad para que la ilusión sea sentida sin más trascendencia que esa misma verdad.
Mi amigo Humberto llegó al malecón a medianoche, se subió al muro y…
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