Las hago de dos metros por tres durante meses y años, sin dejar un detalle, «en una minuciosa y extraña liturgia del agotamiento de una imagen» (Bernard Lamarche-Vadel).
Y no encuentro la que me conviene a pesar de haber pintado tantas y con tanta perfección para que sean yo mismo en el seno de un reverso luminoso, floral y con epitafio lírico contra la mortalidad del tiempo.
Me paso ocho horas corriendo cada mañana y todos los días, imaginando la parsimonia de la losa, si mausoleo o simple sepultura, si nicho o fosa. ¡Qué infinitud de lápidas!
El francés HUCLEUX, lupa de joyero fijada en el ojo y con un pincel de pelo único, se enfrenta en soledad al trazo de todo lo imposible que se hace posible en un trozo de suelo, pensando en el sarcófago y cortejo, en una inhumación tan real como ilusoria, que al colgarse se…
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