Para que el malecón no siga cebándose en mi desgracia, he acudido a Kariempemba y él me ha dicho lo que tenía que hacer.
Fui al cementerio desnudo con una vela encendida en la mano izquierda y un vaso de ron en la derecha, llamé a Lukankasi y con él compartí mi súplica. Después maté a un gato negro y bebí su sangre, luego lo descuarticé, y enterré, a excepción de la cabeza, una parte en una loma, otra en el cementerio y la tercera en el tronco de una ceiba.
La cabeza la llevé por la noche al cementerio y la coloqué en una jícara, en la cual puse pitahaya, maní, ajonjolí, miel, algo de vicaria, vino seco y aguardiente.
Al cabo de los siete días en que estuvo oculta en el camposanto, la saqué y me froté los ojos en la pócima y le pedí a Lukankasi una…
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