Para el catalán CARDONA la locura era nuestra y él sólo se limitaba a pintarla cuando la lucidez estaba en su momento más álgido. Y entonces la riqueza de un virtuosismo plástico se sucedía al mismo tiempo que fustigaba las cómodas percepciones de lo visual ya visto y conocido.
En el cerebro estaba la clave y el festín, y el hallazgo sobre el que configurar la senda cromática de un dibujo atormentado. Festín porque hay en su interior sueños y pesadillas que delimitan lo exterior. Clave porque la angustia de reflejar ese mundo que lo despoja hace que la obra tome mayores alardes de clarividencia.
Murió con el presentimiento de que en esas formas se contendría la excitación y el arrebato de un destino que nos legó la prodigalidad manifiesta de un quehacer que reúne los estertores del presente con las insinuaciones estéticas del futuro.
Sea o no cuestión de…
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