Si es verdad que el reto del pintor es una lucha consigo mismo, bajo la que juega el gesto, la superficie, el color, la materia, la idea, la forma, la trama, el proceso, la definición, el cara a cara sin rostro en medio, en el caso del alemán neoexpresionista IMMENDORFF el fenómeno se dispara.
Primero hay un horror a un espacio vacío, porque él ha de estar lleno con todo lo que pasa, con todo lo que es suceso y acontece. Segundo, no puede haber orden, todo tiende al caos, al furor, a la violencia, al movimiento.
Tercero, las escenas carecen de simetrías, no se necesitan para revelar un mundo múltiple de dimensiones abigarradas, confundidas, unas superpuestas a las otras, mas con la irracionalidad simbólica del que está convencido de que la razón, si es plástica, es así, aunque nos vayamos por peteneras a cantarle a la luna.
El pertenecer…
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