Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe. Es una forma de mirar, otro modo de ver, un ardid para engañar, un truco para esperar, otra historia para seguir, un cuento de no acabar. Y de seguir sin perder de vista lo de más atrás.
EDWARD BEKKERMAN (1958) / SI SON MIS ENEMIGOS, QUE SE JODAN
¿Podría considerarse así? Primero, la forma busca su expresión. Segundo, se produce el perfecto equilibrio entre idea y forma. Tercero, el contenido (idea) desborda a la forma y rompe el equilibrio. Triunfa entonces la subjetividad infinita y entonces para algunos el arte muere, pero para otros sobrevive.
El ruso-estadounidense BEKKERMAN, en sus retratos, juega entre esos dos polos, poniendo más su atención en la materia misma, en su maltrato, en su negación, en sus estrías, trazados y rasguños, en sus colores gestuales, en su carencia de moldeamiento.
Y, sin embargo, se aprecian unos rasgos y unos principios pictóricos que caracterizan su obra hasta la consecución de un estilo que se ampara en una estética de la fealdad y del horror.
Preguntaron a Cándido qué es el optimismo universal, del que Voltaire le hizo personaje emblemático. Por lo que sé, dijo Cándido con una sonrisa volteriana, es sostener lo bien que está todo cuando manifiestamente todo está muy mal.