MANOLO FUSTER, el artista valenciano, ha muerto sabiendo que su Habana, nuestra Habana, sigue viva, remendada, agrietada, rajada, arrugada, pero viva y con ansias de destino.
La contemplamos en su obra como algo que se siente, como algo que se ama y como algo que pregunta. Por el día es toda entrañas, en el ocaso aguas nocturnas batiendo El Malecón y pacientes lunas. La Habana es sangre de cenizas y cuerpos asomados y dictados, es duda, fuego y son.
El artista atrapa la poesía de tanto laberinto malherido y ante el espejo niega, no desea una visión complaciente. En cada uno de sus cuadros hay un sueño inquieto que no es realidad abandonada, es un diálogo con sus reflejos de señal perseguida y de dignidad perpetua.
En virtud de la luz pedida y transformada, se esparcen luces de risas y melancolías y luces apagadas que hacen de la oscuridad su…
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