John Berger decía que es el hecho de ver el que establece nuestro lugar en el mundo que nos rodea. Si eso fuese así, Lucio Muñoz, el gran artista español, vio ese sitio en la génesis y crecimiento del retablo de madera, sobre el que vierte semblanzas y hechos en signos agrietados, pústulas enquistadas, úlceras amargadas, cicatrices sin fin. También costras y abscesos que construyen diagramas vitales.
Es un léxico que reclama una historia iluminada entre claros y oscuros, entre tonos solitarios y modulaciones melancólicas. Y que nos exhorta e induce a compartir experiencias y vivencias sensoriales, pues la contingencia de la que se constituye también es la nuestra desde cuando imberbes manoseábamos con nuestras manos los rudimentos corpóreos y volátiles de la materia sin saber desentrañar su alma resignada.
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