Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe. Es una forma de mirar, otro modo de ver, un ardid para engañar, un truco para esperar, otra historia para seguir, un cuento de no acabar. Y de seguir sin perder de vista lo de más atrás.
El salvadoreño huyó y buscó refugio en Estados Unidos para, a pesar de su grave enfermedad, no dejar que sus altares y retablos quedase inacabados y sin intestinos. Por eso, desde que descorrió las cortinas hay una calma tensa y un silencio oscuro.
Su práctica artística y su concepción estética nacen de un imaginario que tiene que ver con su origen, con la enfermedad, con la pobreza, con la inmigración, con las creencias y las teogonías. Parecen la realidad de otro mundo, aunque es el nuestro en unas imágenes y un destino que ahora se han encendido.
En estas instalaciones, virtuosamente ensambladas a base de múltiples objetos y materias, casi todos con un significado ritual, se pone de manifiesto una fantasía de sentimiento y pesadumbre cincelada en la propia piel de una inhumanidad que añora ser el reverso de unos signos que tienen vocación milenaria.