No hay motivos que puedan cohibirme. Y no los puede haber si mantengo, tal y como se recoge en el Manifiesto del Grupo Experimental holandés de 1948, que una pintura no es una estructura de colores, sino un animal, una noche, un grito, un hombre o todo a la vez.
En ese caso, el bosnio SEVIC es un fiel reflejo y así lo entiende. De no hacerlo, ese pathos de fatalidad que ha sido la desgracia de su tierra no se encarnaría en esas figuras patéticas, exánimes, en esos crucificados con la carne corroída que han perdido el rostro.
El barroco de su dibujo traza itinerarios mórbidos, depauperados, sombríos, que alimentan el claroscuro, y fagocitando una naturaleza que no se priva de señalarnos, de marcarnos lo que tiene de más cruel la falta de absoluto.
No nos ha dejado otras salidas ni otras conmiseraciones. ¿Para qué servirían? Que la mirada…
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