Lo contemporáneo se olfatea cuando la ciencia y la tecnología le prestan sus recursos al arte con la condición de que construyan sínodos de luz en atmósferas visuales que ya nos sitúen en otra dimensión global, marco de un futuro en que ambos sean una relación de pareja estable y duradera.
En sus instalaciones nos sentimos como burbujas llenas de sensaciones húmedas, pausadas, calibradas, atrapadas en interiores relucientes, con sombras y claros, rodeadas de relieves, líneas, en espacios futuribles, antros horadados que guardan los secretos de otras sensibilidades, culturas, colectividades empeñadas en dejar su huella tecnológica y estética.
Ahora ya no valen las requisitorias pasadas, asegura el austriaco KOGLER, se impone el ordenador, lo digital, la informática, para desarrollar cosmos visionarios en los que la mirada se erige en el cuerpo hipérbolico del yo. La dirección de lo óptico, desde una infraestructura fruto del hoy investigador, traduce una realidad plástica…
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