Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe. Es una forma de mirar, otro modo de ver, un ardid para engañar, un truco para esperar, otra historia para seguir, un cuento de no acabar. Y de seguir sin perder de vista lo de más atrás.
Decía Antonio Saura que el compromiso se establece con un proyecto, mas no todavía con un resultado, cuya complejidad y resolución, imprevisibles, puede llegar a alterar sustancialmente el sueño de la razón.
La neoyorkina KIMMELse esconde detrás de unos espectros coloridos, abstractos, en continua mutación, que bailan, seducen, quieren deshacerse de la forma que está subyacente e invitarles lúdicamente a ser sus intérpretes.
Reflejan una acción inexorable que no conduce más que que a un quehacer pictórico en el que los iconos son transformaciones en que una plástica tan decidida se ha implicado cromáticamente, concibiendo una pasión por seguir siendo lo que es.
Se explica que los conceptos deben ser abstraídos del objeto en función de sus exigencias especificas. Pero eso, piensa el estadounidense MILLS, son abusos de una teoría cuyo estudio me dejé por el camino cuando supe qué era para mí la pintura y lo que significaba.
En sus obras no hay originalidad en sí misma sino una cierta paranoia para encontrar un camino desesperado que le lleve a una plástica que contenga y reúna todos los fragmentos en uno, pues son seres que se van deformando y mutando dentro de sí mismos. Al dejar salir unos humores también permiten la entrada de otros mayores.
La gestualidad se detiene en el proceso, se ordena y vuelve a tomar el sendero del delirio. Los colores pastosos, gruesos, intensos, se cruzan en unos trazos que implican desesperación o el abismo que perpetra el futuro.
El expresionismo abstracto también tuvo su papel en Europa, aunque concebido desde otras coordenadas visuales y estéticas que en cada artista tenían un vínculo biográfico con una historia que había sido bendecida con la maldición.
El alemán BRÜNING siempre supo lo que quería hacer en su arte a lo largo de su corta su vida. Y al empezar con el color, ese fetiche sagrado, no pudo evitar el gesto, ni huir del ademán que, una vez proyectado, se le quedaba impreso en el soporte.
Claro que este ensamblaje pictórico nos hace evocar otros, mas también sin que ello significara no reconocer el sesgo propio consistente en imprimirle expresiones que fuesen latidos, sensaciones y pensamientos suyos y únicos, atrapados según se iba acabando el silencio.
¡Qué vano es el espacio lleno de nubes, sin una flor que lo hiera,
El argentino SURACE consigue que el estruendo de sus murales se vea en toda la calle. Luces y sombras brotan en el día y en la noche, pero siempre alumbran la mirada hambruna de un transeúnte sin ojos.
Ejercen la fascinación en unos tiempos de miseria y terror, y son el esplendor de unos signos en el muro ante los que hasta la muerte se ha detenido para desaparecer cuando la sonrisa cambia de brillo.
Pueden ser como alegorías de colores y grafías que rasgan la ciudad en un renacer de lugares que guardan del olvido de una fantasía, de la realidad de un presagio que sirve para convocar a todos al regreso.
Nadie cree que mediante la pintura se construye una realidad y al mismo tiempo una metafísica de las cosas, porque no son opuestas sino todo lo contrario, se completan y se integran en un núcleo visual y pensante.
La obra de la americana GODWIN nos recuerda la frase de Max Beckman, respecto a que el color es una notable y espléndida expresión del inagotable espectro de la eternidad.
En esos lienzos las diferentes gamas cromáticas, gruesas y difuminadas, oscuras y claras, volubles y superpuestas, transparentes o recalcadas, conforman sus propios inventarios de signos con los que identificarse y mostrarse. Tienen el ritmo de lo que se dispersa y el fluido de lo que se condensa.
Descuartizados, disecados, envueltos en sudarios y aún así comiendo pan. No hay perdón para los infieles que se han atrevido a existir y resistido a morir. Metáforas y alegorías de la condición humana las que están colgadas o pinchadas como insectos dañinos y nauseabundos.
El catalán VILÀ mostraba una virtud estética rigurosa con la ironía de la existencia. Veía presagios, constató los que se habían se habían producido antes, verificó el daño de lo que era sumamente efímero para poder ser causante de ello, y lo materializó con suma efectividad visual.
Los que sí quedarán serán esos incompletos cuerpos que serán un castigo para nuestra mirada y nuestra memoria aunque sea una materia inerte, quieta, fija, colmada de un significado del que hay que preguntarse únicamente por su salida.
El hombre que parecía mudo se volvió de pronto desesperadamente locuaz, como si reflotara de golpe de un naufragio de silencio…
El alemán HÜLLER ha entendido que la carga visual que lleva a cuestas le permite establecer una concepción plástica propia que no tenga un eje invariable sino un engranaje que sepa constituir un motor continuo.
La abstracción le atrae por la libertad de ensayos, pruebas y saberes; la figuración porque siempre encuentra caminos para no diluirse y entrometer se en el espacio que no estaba reservado para ella.
Así es como el artista no tiene que detenerse dado que no le faltan respuestas a tantas preguntas como se hace, a tantos hilos y tramas que va desgranando sin que se opongan entre sí, al estar seguro de que esos sueños nunca se acabarán.
No es posible una coagulación que deje sin vida al color, el cual se ha vestido llamativamente, y se enrosca y se desenrosca como una serpiente furiosa, y que conjura su dinamismo desbordado gracias al movimiento solapado del autor.
Para el rumano VOINEA no hay mejor caligrafía que inclinarse a la orilla de una superficie y hacerla resplandecer y crecer, igual que si la carne se estuviese disolviendo en una sangre que se engalana para no parecer un ser acabado y rendido.
Merecimientos cromáticos que hablan un lenguaje carente de miedo, el cual resuena de pasión, de estrépito y arco iris, de disidencias encendidas, de experiencias que niegan la nada y aguardan la hora del azar.
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