Hay secretos en cada tierra, en cada esquina del universo; hay enigmas en cada orografía, en cada relieve; hay misterios en cada movimiento telúrico, en su génesis, en su origen.
Que el australiano DRYSDALE quiera desentrañarlos en su pintura es lo propio de una sensibilidad cargada de la desolación de un continente, de un territorio que se vislumbra a sí mismo como una maldición perenne.
Esas osamentas arbóreas son sobrevivientes casi únicos -quedan algunos humanos remotos- pues han remodelado su mundo a su imagen y semejanza después del apocalipsis que nadie sintió, solamente ahora es visible entre las sombras.
¿Qué es lo que experimentamos al ver esta obra alucinada, embargada por la razón del delirio? Quizás que la condición creadora es la que causa y al mismo tiempo celebra su éxtasis en la contemplación de su destrucción. Reivindica esa condición porque de algún modo sigue viva para legarla en toda…
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