El alambre es un elemento que al hacerse cuerpo, moldearse en ser, ya es orgánico y está vivo. Es el reflejo de un ente que somos nosotros, espectadores, o es la forma con la que nos convertimos en fantasmas alegóricos.
Incluso el portugués OLIVEIRA es capaz de ponerlo en movimiento, de hacer que su creación tenga la capacidad de sorprendernos en esas escenas de persecución o con esa piedad de la que sólo se ven las venas, contornos de su propia naturaleza transparente.
Mediante un material de connotaciones serviles, despreciables, ominosas (alambradas de muerte y confinamiento, de destrucción y exterminio), construye una visión del arte, una epifanía ascética, orante, de silencios en espacios que se han sometido a su simbolismo.
Había, sí, dolor punzante e ira sagrada
y también confusión, perplejidad y horror,
pero eran como pasmos que injertaban misterio
y espuelas que incitaban al asalto a una potencia perseverante.
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